Con el pelo ondulado al viento, en aquel paraje mojado por flores frescas y arrugadas por el peso de su cuerpo, se imaginaba aquellos montes áridos sin vegetación que alguna vez alcanzó, en los que se alzaban el monte Venus y las montañas gemelas, traspasando el cañón con la garganta mojada.
Tal palidez se asemejaba a la luna llena reflejada en el lago y a las estrellas revoloteando por toda su figura que le obsequiaron con tantas caricias como pudiera aguantar.
Su seno emergía como un macizo empinado, llegando cada vez más alto, y su eco eran unos gélidos ahogados que su figura delicada no lograba contener.
Ríos de magma, calman el paraje y señala el murmullo del aleteo incesante de pasión.