Desde que te fuiste, el aire no suena en mi ventana, ni el sol asoma por las rendijas de la alcoba.
Todo se ha vuelto silencioso y oscuro.
No estuve tan cerca del abismo, como cuando te vi desaparecer aquella tarde de otoño, entre las hojas caídas y derramadas por el suelo.
No habrá más primaveras ni más veranos, sólo queda el frío y helado de mis sentimientos, partidos y desperdigados por todo lugar donde antes éramos felices.
Pensar que alguna vez me amaste consuela mi alma y perderte te servirá de alivio por algo que hice o deje de hacer.
Te esperaré un tiempo y luego marcharé para siempre, pero nunca será igual la vida sin tu mirada, ni tu aliento en mi pecho, animándome a despertar cada mañana.
Buena suerte y adiós vida mía.
No, no voy a romper ni a destrozar todo lo que me recuerde lo felices que fuimos, sólo quiero romper a llorar y conservar en mi memoria todos y cada uno de tus besos y caricias, porque me pertenecen y serán conservados para siempre en mi corazón desgarrado.
Adiós, vida mía.