La joya más preciosa.
Per Merche Maldonado – 25/11/2015
La vez que más me afligí fue al encontrarte, ya que temí perderte.
Supe que serias mi amargura en aquel amanecer, al encontrarme a solas después de haberte amado.
Mi tormento se niega a marcharse mientras estés ausente.
Tienes que prometerme amor eterno, para que ni los infiernos me envidien ni los cielos esperen tu llegada.
Había un rey muy poderoso que deseaba regalar a su nueva mujer la joya más preciosa del reino.
Mandó a cien mensajeros a todas las partes de su reino, para que buscaran la más hermosa de las piedras preciosas que jamás hubiera sido encontrada.
Un aldeano humilde, junto con su esposa y sus tres hijos, pasaban tantas penurias que habían perdido la esperanza de seguir vivos. Pensaban que morirían de hambre. Cuando se corrió la voz de tan disparatada búsqueda, encontró la oportunidad de sacar a su familia de la pobreza. Era muy inteligente, se le ocurriría algo.
Recorrió los bosques y colinas y anduvo por cuellos profundos y pozos, sin encontrar nada precioso.
Su desesperanza se volvió llanto y sabía que la hambruna aguardaba al final de su camino.
Se detuvo y vio el reflejo del sol en una ladera y se acercó dispuesto a lograr su objetivo.
Cuando llegó Rodrigo al punto iluminado, deslumbró un espectáculo colorido que salía de una cueva profunda y tenebrosa.
Tenía miedo.
Por su cabeza pasó todo tipo de imágenes: unas felices junto a su esposa e hijos y otras más desventuradas, al ser engullido por algún feroz animal.
Tragó saliva y entró en la semi oscuridad.
Era una caverna amplia y cerrada, excepto la concavidad superior, donde un agujero del tamaño de un bisonte dejaba entrar los rayos dorados.
El astro emergió del agujero, iluminando todo como el universo mismo, y hacía que unas caprichosas formas que pendían del techo hicieran uso de su belleza colgante.
Rodrigo no había visto nunca nada más hermosa.
Pensó que el rey no se habría pensado nunca en una joya tan grande, pero lo debía de intentar.
Cómo era de suponer, le echaron a patadas del castillo y sus esperanzas se ahogaron en el mugriento foso.
Si pudiera conseguir que el rey viera tal maravilla, se enamoraría al instante de ella y se ganaría las cien monedas de oro de la recompensa.
Decidió gritar a los cuatro vientos que había conseguido encontrar una cueva llena de esmeraldas tan grandes como su puño y cuando llegara allí el soberano, le contaría la verdad y le daría la razón.
Se ordenó preparar todo un séquito con carrozas y sirvientes, para llevar al rey y a su joven prometida a la cueva repleta de esmeraldas.
Al entrar su majestad en la gruta se quedó decepcionado y mandó apresar a Rodrigo.
Cuando se lo iban a llevar atado de pies y manos, como un corderito listo para asar, el sol se posó en el agujero e iluminó en un segundo toda la gruta de un color tan intenso y brillante que los sirvientes se cegaron y se agacharon al suelo con temor a alguna explosión.
Entonces la prometida alzó las manos para tocar el reflejo y se puso a danzar, girando a su alrededor y Dijo:
¡Me encanta!, mi rey, es la joya más grande y más brillante que pude desear jamás.
Y esto acaba con la merecida recompensa a un hombre pobre que con valor, supo conseguir lo que no pudieron ni cien caballeros.