Le relataría su historia, con palabras dulces y sinceras, como nunca lo había hecho nadie, para que entendiera la razón de su desdicha.
Le alentaría ante su soledad y le empujaría a latir de nuevo, a que su sangre limpiara sus heridas y las cicatrizara.
Le daría un beso y le achucharía para que no dejara de soñar y volara como un pajarito encarnado que escapa ante el frío inminente del invierno, sin prisa pero sin demora, hasta encontrar esa calidez de nuevo.
Esa primavera que le ruboriza sus mejillas y le proporciona un nuevo cobijo.
Ese pájaro encarnado que se desplaza por el horizonte como una llamarada de fuego y que invade de una nueva esperanza al que lo mira.
El mismo que causa envidia por su estela y su furor, convirtiendo su soledad en una bandada de aves que persiguen sus sueños.
Le diría que volara de nuevo, pero esta vez más alto para poder mirar al suelo a quién destrozo su esencia y le gritara bien fuerte: soy libre como el viento y tú eres esclavo de tus cadenas, ¿quién está más destrozado?